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EL MESIAS DE LA IGLESIA MILONGUERA DE LOS PRIMEROS PASOS Y LA MILONGA DEL " ORIENTAL"

La noche venía rara en la "Milonga del Oriental".  Habían contratado al Dijey "Corridito",  erudito   suscripto a la escuela de los "Sintanda". Respetaba la progresión 4 tangos, tres valses y tres milongas sin intermedio. Y  la concurrencia del Oriental, acostumbrada a la tradicional pausa para dialogar no sabía a que atenerse y se desorientaba produciendo en la ronda confusión y arrebatos de quietud buscando en los silencios un punto y aparte que los estabilizara.
 Las contiendas de los "Titanes de la milonga" del ring aledaño habían terminado en barahúnda cuando "Ramón el  sanguchero impasible" le había partido en el lomo una fuente raviolera al "Profesor Firulete". Y para completar el cuadro se veía en la pista y en algunas  mesas a los "Debutos" de la Iglesia Milonguera de los Primeros Pasos, con sus características vestimentas rojas junto con su profeta el Mismísimo Pebete Burundi, que  sostenía la creencia del tango Nacido y crecido en África, hablando y filosofando con un ejemplar de los Evangelios milongueros. En la mesa compartida con Rómulo Papaguachi, el Indio, Piton Pipeta y el profesor Maradona ya habían caído dos tablitas de embutidos y unos choripanes que parecían dorados y hasta tostados en su exterior, pero en su corazón se veían apenas cocidos. Sospechamos que Pococho el Parrillero los había puesto a descongelar  en la parrilla junto con las milanesas de la picada que tenían una dureza y resistencia a la mandíbula superior a la habitual.  El dueño Riquelme estaba de vacaciones en algún lugar del Uritorco  y su sobrino Luquitas se había hecho cargo con mano férrea y cerebro oxidado.
Entonces, por encima del terraplén ferroviario por donde a veces pasan trenes de dudoso destino vimos recortadas, mas bien como silueteadas, las figuras de siete u ocho personas, entre hombres y mujeres, que observaban desde las alturas el desquicio de la pista. Y luego como un ligero resplandor en la noche sin luna. Para ser más impreciso  fue como si de pronto una nube de mariposas plateadas abriera de pronto sus alas al unísono y nos mostrara en todo su esplendor la sonrisa Gardeliana.
Lo más curioso vino luego, cuando entre los que contemplaban el llano milonguero percibimos a alguien que parecía haber aparecido de la nada con un elegante pero sencillo traje negro y los cabellos al viento. Lo vimos bajar por el terraplén, hecho de por si curioso, si se tiene en cuenta que por allí no puede colarse nadie en la milonga debido a la frondosidad de  de cardos y ortigas. Pero aquel ser bajaba y con el los demás transportando una música que fusionandose con la tanda lomutiana produjo una pasmosa sensacion de armonía en música y bailantes. El Pebete Burundi y los de la iglesia se les quedaron mirando sin saber que hacer. Pareció que el Pebete escuchara alguna voz en su interior y luego como si se reconectara soltó el libro y  grito con voz tonante "Maestro" y fue a su encuentro queriendo con todos sus achaques besarle los pies enfundados en sandalias de charol, acto que el aludido rehusó cortésmente. Los de la iglesia no sabían que hacer y fueron en corrillo a escuchar lo que se decía, mientras apreciábamos toda la escena degustando por primera vez el chorizo, que pareció potenciarse como si nos hubieran dado el gusto delicioso con retroactividad.
 El profeta decía: Maestro, yo no soy digno de que se siente en mi mesa, pero una palabra suya bastara para sanarme. El maestro lo miró abarcando también a los numerosos debutos que se habían acercado y que ya comenzaba a suplicar y a pedir con voz cargante "Hechos de fe".  Luego con voz serena dijo "Muchachos, perdónenme. Solamente he venido a milonguear con mis discípulos". Y dándoles humildemente la espalda vino junto con los suyos a sentarse en la mesa lindera a la nuestra ignorando el desencanto y las protestas de los debutos que comenzaron a retirarse de a poco de la milonga, decepcionados. Quizá porque por un momento se dejaron llevar por los delirios de su profeta y pensaron que todas sus creencias tomaban cuerpo en aquel hombre, para descubrir que era solo un tipo normal.  En Tanto el Pebete se había ido a la pista y procuraba a toda costa  y con grandes aspavientos y pasos enrevesados que el maestro lo viera, contraviniendo sus enseñanzas y sus predicas.  El hombre se sentó con gracia correspondiendo cortésmente a nuestro saludo:  "Buenas noches, caballeros y buenas tandas". Tenia la sonrisa limpida y los ojos alegres. Como siempre hago quise apuntar en mi tablet algunas ideas para desarrollar después. Pero uno de los discípulos, un tipo bajo y regordete, similar en todo a una nevera enana, malinterpretando mis intenciones dijo con grosería: "Eh, fotos al maestro no. Voy a hablar con el dueño de la milonga. No le saquen fotos al maestro". El Maestro lo miró con dulzura y paciencia. "No es foto Garrafa, es uno de esos libros electrónicos o un ingenio para anotar, impresiones, poesías o acaso sueños.  Anda a ver si nos venden unos vinitos para que la tanda Canariana sea mas gustosa".
 Garrafa se fue, refunfuñando. Y luego refiriendose a los otros:"Vayan muchachos a milonguear, no se priven"
Salieron a bailar y era lindo verlos porque iban austeros y al piso.
 El Maestro prosiguió.  "Esos son mis discípulos: Laud, Pichico, La Gringa, Carmencita, Zulmo, Erminda. Faltan Jose Tiburcio y Malenita. La juventud, se sabe... Les enseño y vamos predicando la buena nueva por los bailongos. Antes tenia doce pero  se me fueron con otros maestros.  Cosas que pasan. 
Volvió Garrafa protestando y con los vinos. "Anda a milonguear vos también, hermano, que yo custodio el vino."
 Me caía bien aquel hombre.
En la pista Garrafa bailaba con desplazamientos rectilíneos, como un robot averiado sin que el Maestro lo viera. Siguió hablando mientras se zampaba algunas olivas y unos sorbos de vino. 
 "Esos de la iglesia milonguera se creen que yo soy su mesías. Andan con un libro que se inventaron, Los EVANGELIOS MILONGUEROS  difundiendo cosas que nunca dije.  . Me vienen madres con pibes rebeldes para que les saque el demonio del cuerpo y les devuelva la milongueridad.   En una milonga me trajeron a uno que le había dado un infarto por atorarse de lechon. "Haga como con Lazaro Maestro, resucitelo".  Lazaro.  Se creen que soy Jesus. El unico Lazaro que conoci era un patadura. Se comió más horas que nadie. Pero ahora baila decente. Que resucitar, ni que resucitar.

Milagros.  Mezclan todo.   En una milonga me trajeron una lata de atún y un viena y querían que se los multiplicara.
 Se creen que hago milagros porque me baile todas las tandas habidas y por haber. Y se alguna cosita. Nada mas.  y eso es lo que hago. Tratar que mis discípulos se vuelvan mejores porque asi crezco. Y ellos también.
Se me escapo entonces:  ¿Y ese tipo... Garrafa?
Se le nubló el semblante.  Supo sin mirar a la pista que el otro estaba ahí, haciendo barbaridades.
Tembló.
"Garrafa...Garrafa  es el discípulo más odiado. Es vil, áspero, cursi, mal entrazado, sucio, mal vestido, sin modales, tornadizo, ligero de palabra, chocón, basto, avaricioso, pedante, egotista, retorcido, engreído y cuando baila cree que esta solo en la pista. No se porqué se hizo discípulo.  Pero al verlo me dije que alguna bondad, algún gesto, un faceta, no se, algo noble debe tener en su interior.
Pero dudo.  Muchas veces dudo. Dudo de mi. Y al verlo  con su invulnerable descortesía me siento de nuevo renovado en mi esencia. "
Se quedó callado un momento.  Cabeceó a una muchacha de vestido negro con apliques dorados y diciendo «con su permiso» se fue a bailar.
 Y de pronto comencé a comprender la diferencia, la sutil línea entre algo que es verdadero y algo  que se vuelve mito y luego cascara vacía, por repetición ritualizada. Aquel hombre estaba vivo y desmentía con su sencillez todas las creencias y fabulaciones de la Iglesia Milonguera de los primeros pasos. 
El Mito. Y  el rito.
 Salí  a bailar. Me pareció también experimentar el milagro simple de sentir que la música me llevaba y que sin hacer demasiado estaba disfrutando como nunca. Vuelto a la mesa vi que los comestibles se habían renovado y parecían, por la cara de los muchachos, mucho mas sabrosos.   El maestro volvió a la mesa. Se tomó dos sorbos de vino y luego llamó a sus discípulos.  Se fueron por donde habían venido, atravesando las zarzas sin inquietarse demasiado. La muchacha del vestido negro con apliques plateados iba con ellos.  Garrafa subió el ultimo, con un paquete de empanadas, trotando como un rinoceronte bebe y arañándose con los cardos. «Hombre de Poca fe» se reía el maestro.
El viento nos trajo los gritos del Pebete Burundi.
  «Bautíceme maestro, bautíceme» chillaba. Y sin esperar respuesta se tiró a la zanja en donde flotaban los desechos industriales y bolsas de zapato olvidadas.
 El maestro lo miró.  «No soy el que buscas» dijo sin gritar.
 Saludó con la mano extendida y luego desapareció en lontananza, con el mismo curioso efecto de lepidópteras sonrientes.
 El Pebete Burundi chapoteaba entre la mugre sin saber que hacer.
Un gracioso le recordó que hace algunos años alguien había soltado un caiman bebe en la sanja y que se alimentaba de borrachos.
Salió tan rápido de la sanja que de competir con Usain Bolt le hubiera ganado.
Hombre de poca fe...

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